En 2010 finalicé la carrera de Ingeniero Agrónomo en la UPM. Al hacer balance, diez años después, resuenan en mi cabeza varias preguntas: ¿ha sido una buena elección? ¿volvería a estudiar agrónomos? ¿recomendaría estudiar agronomía? ¿recomendaría a algún conocido cursar estudios en la hoy llamada ETSIAAB (Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas)? En concreto, ¿ recomendaría estudiar el grado de Ingeniería Agrícola que ofrece la ETSIAAB?

La respuesta a todas esas preguntas es un «sí», pero con muchos (demasiados) matices… Y antes de explicarlos os voy a poner en contexto. Os voy a contar mi (pre)historia agronomita.
Recuerdo que de niño me preguntaron qué quería ser de mayor. Lo tenía claro, ingeniero agrónomo, por supuesto. Esta respuesta no sorprendía a mi entorno pues tanto por parte de madre como de padre existe una larga tradición vitivinícola. Tanto es así, que si se sube por ambos árboles genealógicos, uno se encuentra con varios socio-fundadores de la cooperativa vitivinícola del Ribeiro (actualmente Viña Costeira). Mi padre a día de hoy sigue siendo socio y así, este mismo año, he colaborado en la vendimia como vengo haciendo desde la infancia. También desde la adolescencia he ayudado en alguna que otra «sulfata» (aplicación de fungicida en viña) con un pulverizador de mochila a la espalda. Tarea para nada agradable. Por mucho que uses gafas, mascarilla, ropa adecuada…probablemente pasarás mucho calor, te picarán los ojos y las mucosas, debido a la irritación que producen los fitosanitarios, y seguramente notarás molestias en la espalda al llevar cargado en el momento posterior al llenado unos 20 kg de peso. Además, el esfuerzo se acentuará en fincas con una notable pendiente como la de mi padre. Por entonces, tenía claro que quería ser agrónomo, pero no agricultor. O al menos, no en esas condiciones.


Por otra parte, sin carecer del conocimiento que aporta crecer en una familia con orientación agrícola, tampoco me faltó la inquietud por ayudar a preservar el medio natural. Recuerdo un hecho que me marcó en este sentido. Todos los años en enero o febrero, las viñas de Alongos (la aldea familiar) son tratadas con herbicidas con el fin de evitar que las hierbas influyan negativamente en el desarrollo de las vides y también para prevenir daños por heladas. Sin embargo, el ver como las viñas cambian el intenso color verde del otoño por un amarillo clorótico en pleno invierno me entristecía (y me sigue entristeciendo) profundamente. Por eso, todo cobraba sentido, soñaba con ser un agro-héroe que descubre fitosanitarios respetuosos con el medio ambiente. Soñaba con crear un químico que paraliza el crecimiento de las hierbas, sin arrebatarle su color verde y sin llegar a matarlas. Soñaba con algo que hoy, a ojos de un experto, se antoja ingenuo pero que, sin duda, supuso una motivación más para estudiar agrónomos.

Y así, «pasito a pasito, suave, suavecito», llegó el año 2005. Allí estaba sentado en el acto inagural del curso, en un salón de actos de la Escuela de Agrónomos de Madrid que recuerdo abarrotado -aunque quizás no lo estuviese. El entonces director de la escuela, Jesús Vázquez Minguela, presentó a Jaime Lamo de Espinosa (exministro de agricultura) que elaboró un bonito discurso del que, sinceramente, no rememoro ni una sóla palabra. Lo que sí recuerdo es un vaticinio de uno de los ponentes que en absoluto se cumplió y que venía a decir que debido al gran vacío que dejarían los ingenieros agrónomos en proceso de jubilación, nuestra generación no tendría ningún problema para emplearse… Por cierto, este año, Jaime Lamo también inaguró el curso. Se ve que la escuela, a fin de cuentas, no ha cambiado tanto…
En cualquier caso, por entonces era un auténtico privilegiado. Mis padres financiaban mi estancia en Madrid en un colegio mayor y durante los tres primeros años no tuve que cocinar, ni planchar, ni limpiar… Sólo me tenía que centrar en los estudios y disfrutar de la vida universitaria. Más bien, lo primero, pues la pasta que pagaban todos los meses mis padres me empujaban a ser un disciplinado y obediente alumno. Tanto es así que terminé la carrera en menos de 5 años (el plan 96 de Ingeniero agrónomo consta de 5 cursos pero en mi caso cursé un programa especial, una especie de Bolonia cuando aún no existía el plan Bolonia a través del cual cursaba el quinto curso en forma de máster en la universidad de Cranfield). Y así consta en el expediente académico.

Finalizar la carrera en el mínimo tiempo posible fue una tarea que me resultó ardua debido a la variedad y número de asignaturas que había que aprobar en cada cuatrimestre. Y he aquí el primer matiz. Creo que el plan del 96 de Ingeniero Agrónomo era demasiado amplio y algunas asignaturas me parecieron caducas y prescindibles. Quizás la disciplina no lo era pero sí la forma de impartirla. Asimismo, echándole un ojo al plan de estudios del Grado en Ingeniería Agroambiental (plan 2010) puedo decir que los cambios en el plan no han sido revolucionarios y este grado se parece mucho a la ingeniería agrónoma que cursé. El grado es ahora de cuatro años pero necesita de un máster habilitante. Cinco o seis años en total me siguen pareciendo demasiado tiempo…Por eso creo que hay que ser muy pragmático y evitar quedar atrapado en largas clases de algunos profesores que han perdido la vocación e imparten la asignatura sin ganas ni esfuerzo.
El segundo matiz tiene que ver con el aprovechamiento de lo aprendido. Y sigo pensando que el enfoque de la carrera está diseñado para una España preindustrial. A lo largo de mi vida laboral he trabajado en sectores muy distintos, en tres países y he sido becario, empleado y ahora autónomo. En todos esos escenarios ha habido tres puntos fuertes que me han hecho más competitivo: el inglés, la experiencia de campo y las habilidades informáticas. Solo, el último lo adquirí de rebote y parcialmente en la escuela. Fue en primero de carrera y a través de una asignatura de libre elección «métodos informáticos» impartida por la profesora Beatriz Recio que aprendí lo más básico de la programación. Posteriormente, cursando la orientación de ingeniería rural y de la mano del incombustible Raúl Sánchez (hoy secretario académico de la escuela) aprendí algunos trucos de Excel que me siguen ahorrando, diez años después, mucho tiempo. Hoy en día, el aprender estas habilidades sigue dependiendo de la existencia de profesores motivados y el plan de estudios todavía no los ha incorporado como se merece y no se les ha concedido la importancia transversal que ostentan en todos los sectores desde hace décadas.

El tercer matiz se relaciona con la geografía. Si uno quiere desarrollar su vida laboral como técnico de campo, es recomendable que pase también su vida de estudiante, precisamente, en el campo. Hay que tener en cuenta que en España hay tres subsectores que en términos absolutos son los más representativos en cuanto a empleo generado: la viña, el olivar y las frutas y verduras del Levante. Por eso, si uno quiere trabajar en cítricos, le recomendaría que estudie en la UPV, si quiere desarrollar su carrera en invernaderos sería bueno que estudie en la UAL y que se fuese de Erasmus a Wageningen y si le gustan los cultivos leñosos sería bueno que estudiase en la UDL. Las fortalezas de estudiar el Grado en Ingeniería Agroambiental en Madrid quizás radiquen simplemente en el buenhacer de algunos profesores y en el amplio rango geográfico de procedencia de los compañeros con los que vas a cursar la carrera.
Tengo en la mente más matices. Por ejemplo, he echado en falta una asignatura troncal u obligatoria sobre fitosanitarios y otra sobre biotecnología que nos formase y diese a todos los agronomitos, independientemente del grado u orientación que escojan, unas nociones básicas sobre transgénicos y agricultura mundial. No obstante creo que los matices arriba señalados son los más importantes.
Ahora es momento de resaltar los puntos que me han hecho estar orgulloso de estudiar agrónomos en la ETSIA:
-En primer lugar, las clases prácticas fueron inolvidables. Ver la sección de un tallo de cebada al microscopio, puede parecer baladí pero a mí me dejó alucinado. Las prácticas de química y de análisis instrumental no fueron menos impactantes. Estar allí con la bata blanca haciendo valoraciones ácido-base y ver cuando la probeta cambiaba de color me parecía algo mágico (hay que tener en cuenta que tenía 18 años…). No menos mágicas fueron las prácticas de microbiología, placa Petri en mano y mechero Bunsen a un lado, para luego, una semana más tarde ver cuántas colonias habían crecido. Las prácticas de edafología, las de medios porosos, las de topografía…Todas ellas produjeron en mí una honda impresión porque ni en el bachillerato ni en la ESO había tenido la oportunidad de entrar en un laboratorio.

-En segundo lugar, los excelentes profesores que tuve la suerte de tener. De todos ellos, Pilar Barreiro puede ser que se lleve la palma. Una profesora con una gran vocación y un inefable talento en conjunción con una inmensa capacidad de trabajo. Fue ella junto con Constantino Valero quienes en la asignatura «Agricultura de precisión» me dieron la oportunidad de realizar la primera presentación en público que hice en mi vida. A los 21 años, en tercero de carrera, aún nunca me había enfrentado a hablar en público. Creo que todas los planes de estudio deberían incluir una asignatura de oratoria. Supongo que con la llegada de Bolonia esto ha mejorado…En cualquier caso también fue Pilar Barreiro quien nos tutoró la presentación de un trabajo en el primer Congreso de Estudiantes de Ciencia, Tecnología e Ingeniería Agronómica (este año se celebró la 12ª edición). Una nueva oportunidad para hablar en público…

Guardo muy buen recuerdo de otros profesores del departamento de Ingeniería Rural como Belén Diezma, Adolfo Moya, Víctor Sánchez-Girón y Jacinto Gil Sierra. De este último recuerdo que enunciaba en la asignatura de termodinámica problemas muy interesantes y con mucha aplicación en el mundo agrícola. Ya fuera del departamento de ingeniería rural, me parecieron buenos profesores Fco J. Taguas, Fernando Calderón, Elvira Martínez y Luis Luna. Este último nos impartió la asignatura «Instalaciones de baja tensión» que me ayudó a perderle miedo al cuadro eléctrico de casa y a entender cómo funciona el aparataje eléctrico que sin duda me ayuda a ganar eficiencia y sostenibilidad en mi domicilio.
-En tercer y último lugar, fue una gozada tener la oportunidad de ser becario en el departamento de física y de poder participar en la organización del concurso internacional de robótica en agricultura Agrotech 2009. Organizar este tipo de eventos es complicado y de nuevo fueron las profesoras Beatriz Recio y Pilar Barreiro quienes llevaron la batuta. Este tipo de iniciativas hacían que la promoción número 150 de agrónomos (de la cual formamos parte un centenar de compañeros y yo) tuviésemos la sensación de estar estudiando en una escuela del siglo XXI y no en una antigualla decimonónica. En este caso el dinero que llegaba de Europa nos sirvió de ayuda. Me pareció muy interesante que mi compañero becario Santiago Arteaga pudiese aprender a programar robots usando el lenguaje informático Java. Aunque fuese de forma casi autodidacta, creo que valió la pena. Ojalá los nuevos planes de estudio vayan incorporando paulatinamente de forma obligatoria (y no de forma de optativa, de libre elección o de congreso) el aprendizaje de lenguajes informáticos, la oratoria y comunicación, el uso de internet y la utilización de software (Excel, Autocad, Photoshop, etc). La expresión gráfica en papel y con escuadra y cartabón es antidiluviano…
Robot de uno de los equipos participantes en Agrotech 2009
Ya por último y a modo de conclusión creo que la profesión de ingeniero agrónomo seguirá siendo muy necesaria en un mundo que se encuentra en emergencia climática y en el que los fenómenos adversos pondrán en jaque a la seguridad alimentaria mundial. Espero también que los futuros agronomitos tengan la oportunidad de pasar mucho tiempo en campo y vean los problemas que causan plantas que se usan en jardinería como el bambú o el plumacho de la pampa y se comportan posteriormente como invasoras, provocando pérdidas de biodiversidad y ecosistemas. Espero también que pronto se cambie el enfoque y los agrónomos dejemos de estudiar tantos motores, estructuras, cimentaciones, etc. y nos dediquemos única y exclusivamente a alimentar a la población mundial de la forma más eficiente posible y minimizando la destrucción de la naturaleza.
Nada más, agronomitos, ¡os deseo suerte!